sábado, 19 de noviembre de 2011

DÍNAMO, Galería Ana Lucía Gómez Arte Latinoamericano, Guatemala 2011




























































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REVISTA D


PRENSA LIBRE/Dcultura/No.267


16 de agosto de 2009



Marlov Barrios: Organizador caótico del

caos


El artista presenta su muestra titulada

Insurrecciones.









Por Juan Carlos Lemus





Marlov Barrios expone dibujos y grabados con el título Insurrecciones. Una marca distintiva de este artista, en el terreno técnico, es su trazo limpio y seguro. Buenos elogios ha recibido al respecto en sus múltiples exposiciones tanto en el país como en el extranjero. Pero a lo que quisiéramos referirnos es a su sello pasional.Para observar la obra de Marlov Barrios es necesario dar un vistazo —uno muy breve— al contexto social guatemalteco urbano, atravesado por tres elementos omnipresentes: la motricidad de la urbe desconectada de su individualidad, el ser humano tragado por los hocicos de un mundo caótico, y los espacios sexo-morfológicos engendradores de una perra vida. Esto es, el artista toma conciencia de una realidad que absorbe, machaca y regurgita sobre las hojas.Las figuras de Marlov se protegen a sí mismas con púas y espinas protozoicas. Instrumentos acorazados, rostros laberínticos, artefactos punzantes, boquetes en un autobús, hoyos hendidos en planos receptivos; él hace un viaje hacia el interior de sí mismo. Ese “sí mismo” contiene su experiencia de 28 años de vida licuada entre personas, animales y cosas; mezcla de cabezas, troncos y extremidades; latones y carnosidades ensartadas en la geometría caprichosa pintada sobre el espacio blanco.Barrios antepone la línea directa sobre la redonda que se anda con rodeos. El impulso nervioso y encolerizado no requiere de requiebros. Como resultado se tienen figuras pulcras y ordenadas, pero también regordetas blanduras que nacen de las manos de un artista obsesionado por la organización caótica del caos. El recorrido hacia dentro de sí mismo —nos atrevemos a asegurarlo— es un impulso traído hacia el cerebro, donde él congrega a sus emociones y les da nuevas instrucciones, les dicta nuevas normas. Emociones tales como el dolor, desesperación, perforación mental, hastío, licuefacción de la tristeza y rabia; todos esos usufructos apuntan nuevos y pequeños detalles que sosegarán el metal contenido en las venas del artista. “Sosiega este metal”, decía Ezra Pound. “¡Salgan, hablen en lenguas nuevas!”, grita algo dentro de Marlov Barrios. Una letanía de chispas y puyas recorre su mente y sus manos, y aterriza transformada en líneas no solo rectas, sino directas. Hasta las más breves parecen hechas con regla en mano, eso se debe a que Marlov es diestro en el trazo veloz. Son rayas liberadas de la ira, ensartadas sin titubeos, extraídas de la rabia o simplemente de una desazón cotidiana y enviadas a cumplir sentencia. Cada recta es un dictamen con el que condena la blancura social que no existe sino en la hoja en blanco.Y el resultado de ese tragar y devolver es de lo más insospechado: la maravillosa integración del caos. El desorden y la lujuria, el odio y el hastío, la insurrección de las líneas desorganizadas aparecen enfiladas bajo las órdenes marciales de Barrios. Una marcialidad más bien guerrillera. Emocionalmente insurrecta. Un objeto armado por piezas desarmadas surge a la vida. Los monstruos internos dejan de serlo y se convierten en insurrecciones coherentes. Es entonces cuando el artista ataca: ha dado un regodeo por el espacio de las formas, ha trazado su ira y ha atornillando el papel para no atornillarse a sí mismo entre tantas emociones, y, ahora, observa el resultado: con puntería ha dado vida a una criatura retorcida, comprensiblemente ilógica, atada a planos inteligibles que hará más grandes, que concretará en madera o que pintará en murales. Los resultados son formas que tienen impregnada una paciencia inusual. Veamos: si el pintor tuvo el cuidado y esmero de anotar detalles con tanta paciencia, poca será nuestra deferencia al prestar una mínima atención a unos cuantos detalles: uno de los rostros tiene 50 púas minúsculas alrededor de la cabeza. El mismo rostro, 16 púas adyacentes a su casi tela de araña. Un avión tiene en uno de sus costados 9 púas. En la parte trasera del mismo avión, 6. Más allá de él, otras 11... En solo 10 centímetros cuadrados van más de 90 púas. El conteo no es un intento cabalístico, sino valorar la minuciosidad del pintor. Tanto detalle y tanta puntería requieren lo que tiene Marlov Barrios: una paciencia de santo, una meticulosidad de padrote de sus emociones.Los detalles lineales, las cotas y la puntualidad en estas obras tienen impregnado el paso del artista por la facultad de Arquitectura; se ha apropiado de tales con una ejecución técnica a mano alzada, sorprendentemente segura. Lo suyo no es plasmar ideas, sino expresiones que van mucho más lejos del intento por rendir explicaciones a la vida, a la sociedad o a sí mismo.Explicaciones, si las hay, son resultantes. Lo importante en Marlov es el instinto creador, casi animal, con que traza esas figuras. Lo hace con cierta automaticidad, algo semejante a la escritura automática en la que la soledad y el instinto sacuden hacia el exterior lo que se tiene adentro. A todo eso, comúnmente, se le llama poesía: no es la idea, no es la justificación del mundo, sino la mano conectada directamente con el interior emocionado.Si bien Marlov capta el contexto social —noticias, anuncios, historia, propiedades industriales, el montículo de la Culebra, piezas de carpintería, proyectos a corto, largo y mediano plazo—, lo que absorbe y regurgita es lo que ve desde sus montañas interiores.Cada universo, hacia adentro, tiene sus colinas, su propio caos y sus espineros emocionales. Lo de Marlov es algo esencialmente poético; súmmum de llanto y absorción internas. Si los elementos sociales aparecen desconfigurados —podridos por la violencia social, intrafamiliar, personal, mental—, la esponja los absorbe, quiera o no, y los vomita sobre la hoja dándoles un nuevo orden. Marlov Barrios no es un actor social que intente quedar bien con nadie; no atiende a los viles requerimientos de los curadores, tampoco tolera a los principiantes escandalosos; él es transgresor auténtico. Estos dibujos exhibidos en El Áttico, con el título Insurrecciones, son bocetos y puntos de partida hacia obras posteriores. En realidad, son obras completas posteriormente materializadas. Son el impulso inicial, el grito de un artista lúcido, reorganizador del caos.